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Historia: Mi lugar favorito

Actualizado: 13 oct 2021



Mi nombre es Juan y hoy estoy cumpliendo 10 días de haber muerto. Diferente a lo que uno cree cuando está vivo, morirse no es la gran tragedia ni una situación traumática para la persona que pasa por eso. Voy a contar mi historia, no de cómo morí, porque eso ya no me importa -y la verdad no lo recuerdo-, sino de cómo llegué aquí, cómo me siento y la forma en que veo lo que antes era mi vida.

Yo era un tipo normal, tenía un trabajo en una gran empresa de publicidad y económicamente me encontraba muy bien, tenía una esposa muy linda que había sido mi novia de toda la vida, nos amábamos y teníamos dos hijas preciosas que eran la razón de mi existencia.


Los sábados hacíamos asados en mi casa, al lado de la piscina, siempre con invitados y la casa llena. Los domingos montábamos bicicleta y paseábamos en la camioneta comiendo helado y disfrutando de la naturaleza. Como les digo, un tipo normal, con una vida normal. Trataba de ser un buen hombre, pero, como todos, cometía mil errores. Así transcurrían todos los días. Tenía sueños, planes y muchas cosas pendientes por hacer, que obviamente posponía todas las semanas porque entre el trabajo, las obligaciones, la rutina y los límites - mentales- que me ponía, no me quedaba el tiempo ni la energía para hacerlos realidad. Es que yo nunca pensé que el tiempo se me iba a acabar, ya saben cómo somos, nos creemos indispensables, irremplazables e inmortales. Hoy, amigos míos, les digo que somos completamente reemplazables, no somos necesarios y somos más que mortales. Con esto no quiero decir que la vida no valga la pena, la vale completa. Hay que levantarnos todos los días y luchar, ser felices y vivir, con la cabeza en alto, disfrutando cada momento, pero sin olvidar que un día no estaremos. Quiero que sepan que acá donde estoy, de nada sirve todo lo que tuve cuando estaba en donde están ustedes.


De todo lo material que conseguí y de todas las cosas que compré, no queda ni el recuerdo. Literalmente. Ya no puedo pensar en cómo era mi casa, ya no recuerdo cómo me sentía en la camioneta que tenía. Hoy solo tengo en la mente y en el corazón todo el amor que di y que recibí, y todas las sonrisas de las personas que más quería. Me queda la felicidad y el cariño. De resto nada.


Me morí el martes en la mañana, no me lo esperaba. No sé cómo fue que pasó, tengo vagos recuerdos de una ambulancia, gente gritando y un carro destruido. Con lo poco que puedo reconstruir en mi mente he pensado que me mataron en mientras cruzaba la calle, pero no sé si es solo producto de mi imaginación. Ya intenté preguntar, pero nadie habla de temas dolorosos acá.


Lo cierto es que, si fue así, seguro la persona que iba manejando está sufriendo más que yo, y con todo el corazón le digo que lo perdono y que solamente fue un mal momento que nos tocó vivir a los dos para que yo llegará a este: mi lugar favorito. Tal vez fue culpa mía, vaya uno a saber.

No sé cómo se llama donde estoy y llevo muy poco tiempo, así que aún no conozco el lugar por completo, pero sé que nunca había sido tan feliz como soy ahora. Esto se parece mucho a lo que me habían dicho sobre el cielo cuando era niño. Pero me siento un poco decepcionado por no poder saltar de nube en nube, como pensaba siempre que miraba por la ventanilla de algún avión. De resto todo me encanta, duermo delicioso, tengo amigos geniales y puedo ver a las personas que dejé en el mundo de antes. Vivo tranquilo y me divierto un montón. Cuando me di cuenta que me había muerto, se acabaron todos los malos sentimientos, todas las preocupaciones y cualquier duda. De una vez supe que había llegado a donde pertenecía. En el instante en que cerré los ojos por última vez, empecé el mejor de los viajes, estaba sentado sobre un avión de papel, de esos que me encantaban cuando era niño, volando con un viento suave que me dejaba ver, como en una galería, los mejores momentos de mi vida.


Vi a mi esposa sonriendo, estaba tranquila despidiéndose de mí con la mano. Vi a mis chiquitas abrazadas, con la alegría de una niñez llena de magia y amor. Y así me fui despidiendo de todos. ¡Yo sólo podía sonreír y un gozo que no había sentido nunca me inundaba por completo! Guardé en mi corazón cada cara y cada recuerdo. Mi viaje siguió, como si quién me estuviera llamando, supiera que uno debe salir de ese mundo despacito, despidiéndose y haciéndole honor a una vida bien vivida. Vi una película pausada sobre lo que había logrado durante 42 años y me sentí muy orgulloso. Había sido una buena persona. Mi película estaba llena de cosas lindas, de mucha gente feliz. Cada escena era mejor que la anterior. Hay muchos momentos que pasamos por alto, pero que cuando volvemos a ellos, nos damos cuenta que han sido muy importantes. Mi avión de papel siguió volando y mi sonrisa no se iba. Aterrizamos en un lugar campestre, muy agradable. Mi mayor sorpresa fue ver a mis papás, a mi hermano mayor y a mi perrito de la infancia en la entrada. Había allí también muchas personas de las que no me acordaba, pero que habían estado en mi vida de una forma u otra a lo largo de los años.

Me estaban esperando llenos de entusiasmo, nos abrazamos con el alma y mi felicidad estuvo completa. Lloré de la dicha de volver a encontrarlos, pude repetirles cuánto los amaba y cuánto los había extrañado, les dije que nunca los olvidé y que ahora ya nada nos iba a separar.

Las canas de mamá eran impecables, con su peinado característico de la permanente que le dejaba unas ondas preciosas y que combinaban perfecto con su traje azul claro. Se veía radiante. Vi las arrugas de mi papá tal como las recordaba, tenía el pantalón recto con sus zapatos perfectamente lustrados como siempre.


Lolo, mi hermano mayor, tan divertido y desbaratado como la última vez que la vi. Sus jeans rotos de artista, algunas canas entre el pelo negro y una camiseta de su banda favorita. Es como si no hubiera pasado ni un día. Jack, mi compañero de cuatro patas, estaba igual de juguetón, con su hueso en el hocico y su cola me demostraba que su felicidad se parecía mucho a la mía. Ahí entendí por qué de un momento a otro había me había dado cuenta de que tenía puesta la ropa que más me gustaba, mi camisa azul clara y mis pantalones beige, con los zapatos cafés y, por fin, unas medias que me combinaban. Mi muerte ameritaba la mejor pinta, aunque la verdad es que en este lugar nunca nadie se ve mal. Han pasado 10 días y no he sentido tristeza ni un solo segundo. Lo cierto es que aquí se vive mucho mejor que en cualquier otra parte. Durante estos días me he preguntado por qué en el mundo en el que vivía antes le teníamos tanto miedo a morir. Morir no debe dar susto, morir es delicioso. Dedico mis días a compartir con mi familia, juego con Jack, leo libros, estoy aprendiendo a pintar y a dibujar, y hago los asados que tanto me gustaban. Siento la brisa tibia, y veo el mar golpeando contra las rocas. Además, puedo comer lo que quiera, pues ya no me preocupa el colesterol, ni el azúcar ni las grasas. Ya no engordo y esa es otra razón para ser muy feliz. Si existe el paraíso, les juro que tiene que ser este.

Ya sé que deben estarse preguntando por mi esposa y por mis hijas, y cómo me siento por haberlas dejado. No quiero que piensen que prefiero estar acá y que estoy feliz de haberme ido. Voy a intentar explicarlo, aunque nunca lo van a entender del todo. 

Si se están preguntando si las puedo ver, la respuesta es sí. Las veo y las acompaño todo el tiempo. Estoy con ellas es sus sueños, les digo cuánto las quiero y me encargo de que sientan que aún me tienen presente.

Obviamente me siento un poco mal por no estar ahí de ahora en adelante. Hay muchas cosas que me voy a perder -físicamente, porque estoy siempre en alma y corazón-, pero hay muchas cosas también que les voy a enseñar desde aquí. Por ahora les estoy enseñando a ser fuertes y a ver la muerte como algo real y cercano, que no debe asustarlas, sino empujarlas a vivir con más ganas.


No me gusta verlas tristes estos días pensando en mí y quiero decirles lo bien que estoy y que, tarde o temprano, nos volveremos a ver, porque yo voy a estar en la puerta esperando el aterrizaje de su viaje en el avión de papel. A mi esposa le agradezco por todos los años que compartió conmigo y, cuando me den permiso, le voy a susurrar que aquí me tiene, que sigo siendo de ella, como siempre, y que la vida tiene que seguir, que la disfrute y la viva sin pensar mucho. Que no me olvide, pero que sonría. Le voy a decir: “María, seguimos siendo tu y yo, mi amor, y solo quiero verte feliz porque te lo mereces y porque yo estoy bien, amarías la paz de este sitio, un día vamos a ver este amaneces juntos, no está ni cerca del mejor que vimos allá”. A mis chiquitas los prometo seguir dándoles días llenos de magia y felicidad. Cada una recibirá mi carta cuando sea el momento justo. Prometo soplarles las respuestas de la vida cuando pueda, acompañarlas cuando se sientan solas, coserles el corazón cuando algún idiota las lastime y recogerlas en las tardes en el colegio, como solía ser. Ellas ya no me van a ver, pero yo nunca me voy a ir. Es solo cuestión de tiempo volvernos a abrazar. Quiero que me piensen cuando vean un avión de papel, soy yo acompañándolas.


No sé si me van a creer, y sé que esto ha sido una discusión de todos los tiempos, pero les cuento que aquí vive Dios. Hablo con Él de vez en cuando en su oficina, nos tomamos algunas cervezas y nos reímos mucho hablando de todas las bobadas lo que hice cuando no nos conocíamos tan bien. Otros días me lo encuentro en el comedor o en parque.

Como ya somos amigos le he pedido varias veces que me ayude a cuidar a mis tres amores y me ha dicho que Él se encargará de todo, y yo le creo.

No sé qué pasará conmigo los próximos días, meses o años. Aquí no hay prisa, no hay afán de nada. No sabemos qué es incertidumbre. No hay clínicas ni dolores. Hay colores, paz y la certeza de que ya llegamos a nuestra última parada. Lo de antes fueron conexiones.


En este mundo se respira confianza. En este mundo no hay equipaje, voy andando tranquilo porque no necesito nada más que a mi amigo. Mi avión aterrizó en el que no sabía que era mi lugar favorito y ya no me quiero ir.

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